sábado, 14 de junio de 2014

SE PUEDE BORRAR

Toda propuesta que uno va a ver arranca con el título.  Enunciado que rotula lo que se va a presentar y cuya motivación es como una llamada a participar. Este promete una permisión: ‘se puede borrar’. Premisa que deja margen al error, a la prueba, al ensayo,  y se abre a la compleja multiplicidad de la vida.
En escena hay varias personas de espaldas. Está todo el equipo presente. Al enfrentar al público anotan en un cartel su nombre y luego el lugar que ocupan dentro de la propuesta creativa: sonido, iluminación, asistencia. De esta manera se da inicio al juego que seguirá en exploración durante toda la pieza. Un ir entre la afirmación y el borramiento, entre la presencia y la ausencia. Pero, ¿se puede borrar la identidad? En todo caso,  ¿qué es lo que identifica o señala un nombre propio? ¿Es lo mismo un cartel, una etiqueta, que un nombre? ¿Qué nombra?
Cuando se suma la música a la creación iniciada, intérpretes y sonido danzan juntos sin supeditarse uno al otro. Se producen entre ellos arreglos e intercambio que desjerarquizan. Como si uno dijera que cualquiera de ellos se puede borrar.
Borrar para volver a escribir. Borrón y cuenta nueva (aunque nunca se vuelve a cero), tachadura y prueba otra vez.
Entre estos carteles que nombran se genera una especie de desubjetivación. Cada uno es un objeto con un rótulo que lo identifica. Es común o propio. Es una, alguna, demasiados, muchos. Es hija, hermana, prima, hijastra. Es pendiente, usada, húmeda, monotemática, vaga.
Palabras que nombran, catalogan, encierran, pero también otorgan sentido.
¿Quién soy? ¿Soy alguien, soy nadie? Esta palabra escrita en la piel otorga un sentido también. Esta designación podría ser una forma de preguntarse si el nombrar da entidad o si solamente tiene que ver con buscar una imagen, una forma que no puede ser nombrada o que no quiere ser nombrada para evitar el encasillamiento que la limite y le corte las alas de la multiplicidad sensorial de la forma.
Imagen: el cuerpo cubierto con papelitos que se prolongan hasta formar unos caminos en el suelo. Ella se sacude.
Una canción: lobo suelto, lobo sin collar….
Una performance de danza que vive en el vértice donde el pensamiento baila a la par que el cuerpo, en el lugar que limita lo concreto con lo abstracto, lo interior con lo exterior.
En esa búsqueda por ser un colectivo humano que borra las individualidades a la vez que las afirma, las cuatro intérpretes deambulan como animales que luchan por dominar la manada. ¿Quieren todas ser única o todas ser una como un lema mosquetero?
En el espacio que habita en medio, en ese lugar donde confluyen el devenir exterior y el interior, en la superficie cutánea ¿qué se puede borrar y qué es para siempre? ¿Qué se puede diluir y qué es imborrable? La estela que deja un cuerpo que danza ¿permanece?
“Siempre que toco un cuerpo hay piel. Siempre que doy un paso, hay suelo”.
Cuando el planteo excede el movimiento de la danza pero se adentra en el del pensamiento. Cuando lleva a la reflexión sobre los cuerpos como seres sociales, culturales, y los interpela ¿es una obra política?
En esta propuesta se crea una poética política donde la presencia de los cuerpos en movimiento pregunta al espectador sobre su propia condición, su configuración, su finitud y su pensamiento.  ¿Se puede borrar lo que uno hace?

Qué: Se puede borrar
Quién: Idea y dirección general: Fabiana Capriotti.- Intérpretes: Fabiana Capriotti, Camila Malenchini, Alina Marinelli, Manuela Sansot.-

Dónde: Centro Cultural de la Cooperación

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