lunes, 27 de febrero de 2017

CARIÑO

En la sala la gente se acumula para ver esta nueva versión de la obra que dirige Mayra Bonard, con otros intérpretes que le dan media vuelta a los sentidos. El público oscila entre varias generaciones, tal es el poder que convoca.
La invitación a entrar en la dimensión del cariño es la misma frase de Clarice Lispector que daba la bienvenida en la gacetilla anterior. “Si recibo un regalo hecho con cariño por una persona que no quiero… ¿Cómo se llama lo que siento?”
Al comienzo vemos a tres jóvenes echados en el pasto. La única mujer entre ambos se articula como el eje del placer, si bien seduce con cierta indiferencia. Ellos compiten por ella, por demostrarle algo, como lo harían dos animales machos de alguna especie por la hembra en celo.
La relación con el otro se dispara desde el relato de un texto y sucede por antropofagia con una gallina, símbolo de fertilidad y maternidad. Una maternidad que engulle al otro, que se une devorándolo, que incorpora así el objeto amado.
De alguna manera, esto está presente en el corazón de la dramaturgia de la obra: el amor ligado al dolor.
También juega con un erotismo devorador animal que roza esa sensualidad salvaje de la chancha[1] a la que Mayra Bonard le puso más que el cuerpo hace ya mucho tiempo.
Ahora nos encontramos en un espacio artificial pero que emula a la naturaleza. ¿Será ese paisaje una premonición de un futuro no demasiado feliz en el que el amor se licua en medio del pasto de plástico? Lo cierto es que más allá de la escenografía y la iluminación que crean esas atmósferas cinematográficas, el protagonismo está en los cuerpos y las voces.
Ella cuelga papeles como ropa, como notas a secar, como apuntes para recordar algo más adelante. Ellos quieren conquistarla sin conseguirlo. Pero la puesta en escena de sus vínculos se desarrolla encontrando maneras de relacionarse. Son niños, son amantes, son hermanos, son amigos. Son actores, performers, bailarines, son personas, son cuerpos que despliegan su carnadura en acciones.
Alternativas que oscilan siempre en la tríada, en ese desequilibrio del tres que es a su vez, padre, madre e hijo.  El corte no existe y lo promiscuo no es un juicio valedero. El autoerotismo aparece para que la satisfacción se concrete de alguna manera, para no hundirse en el vacío de la ausencia del otro.

Las acciones transcurren entre danza, canciones, textos, música. En esa puesta fotográfica, el despliegue de los intérpretes se desarrolla evadiendo definiciones cerradas. La propuesta despliega, como performance, como acto escénico, sensaciones y metáforas, en las que el amor, la perversión y el erotismo están cubiertos de un halo de dolor que nos trae a la realidad de la vida.
A esa oscuridad necesaria para poder ver las estrellas.
Qué: Cariños
Quién: Autoría: Mayra Bonard, Victoria Carambat, Federico Fernández Wagner, Ignacio Monna.- Idea y Dirección: Mayra Bonard.- Intérpretes: Federico Fontan, Damián Malvacio, Rocío Mercado.- Vestuario: Cecilia Alassia.- Escenografía: Luciano Stechina.- Diseño de luces: Gonzalo Córdova.- Canciones: Diego Frenkel.- Música: Jane Birkin, Villa Diamante, Von Sudenfed, Diego Vainer.- Fotografía: Robert Bonomo.- Asistencia de dirección: Paula Palomo.- Producción: Marlene Nordlinger.- Colaboración artística: Ezequiel Matzkin.- Dirección vocal: Diego Frenkel.-




[1] Escena de la obra Todos contentos, del grupo de danza independiente  El Descueve, del que Bonard fue integrante fundadora.

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